Los principales miembros de la jerarquía de la Iglesia Católica argentina han unido sus voces en la celebración más importante de la cristiandad, la Pascua de Resurrección, para formular un fervoroso y prácticamente dramático llamado a la esperanza y a la construcción de una sociedad más justa, pero especialmente, para reclamar ejemplaridad en la clase política dirigente del país y nuestra provincia.
La Iglesia ha planteado en estas pascuas la necesidad de desterrar los odios y ha exigido a la dirigencia de todos los sectores y a los gobiernos nacionales, provinciales y municipales no permanecer indiferentes ante las situaciones de pobreza, desocupación, desigualdad social y el avance de la droga y el narcotráfico.
Ha sido el cardenal Luis Héctor Villalba quien ha planteado de un modo rotundo y enfático que desaparezcan “la corrupción, las coimas y las mafias”; el obispo de la Diócesis de Concepción, monseñor José María Rossi, ha denunciado que algunos políticos sólo se acercaron a los pobladores que padecieron la inundación en el sur de la provincia “para la foto”, mientras que el arzobispo de Tucumán, monseñor Alfredo Horacio Zecca, ha advertido sobre los peligros del “todo vale” en la sociedad actual, al señalar que “cuando la libertad se separa de la verdad y del derecho natural, la convivencia social se deteriora profundamente, por que lo no puede aceptarse la dictadura del relativismo”.
Coincidentes y categóricos, los mensajes de los pastores de la iglesia vienen a interpelar y a enjuiciar a toda la sociedad argentina, pero especialmente a la clase dirigente, respecto de la importancia y el significado que tienen el compromiso de sus obligaciones y deberes con los valores morales y éticos en la construcción y desarrollo de la vida de una sociedad y en las relaciones sociales de los pueblos en las circunstancias presentes y actuales; en este caso, en la Argentina y en Tucumán.
Obviamente, los obispos advierten que se registra un déficit y una deuda general y particular en el reconocimiento e identificación con esas responsabilidades y obligaciones de quienes ejercen los liderazgos institucionales, sociales, políticos y sectoriales y un abandono de la búsqueda del diálogo y de las coincidencias, tanto como posturas irreconciliables y hasta evidencias de egoísmos e intereses mezquinos por encima de la construcción del bien común. Se trata de una descripción y un diagnóstico doloroso de un cuadro de situación que debiera provocar una urgente reacción de nuestros espíritus e inteligencia. En realidad, la admisión y toma de conciencia de estas advertencias imponen una profunda reflexión individual y colectiva que lleven a una transformación drástica y necesaria de actitudes y del rumbo descripto por los pastores.
“Las elecciones deberían ser un momento propicio para iniciar un examen de conciencia colectivo y para proponernos como sociedad metas más exigentes, que nos estimulen a crecer en la cultura del encuentro y del diálogo; la responsabilidad es todos y nadie podrá excusarse razonablemente”, han dicho a través de sus homilías otros obispos católicos. Las reflexiones pastorales han hecho también hincapié en la virtud de la esperanza y han alentado a construir el presente y el futuro con los valores de la reconciliación, la solidaridad y la paz. Es tiempo, entonces, de que cada uno, desde su lugar en la sociedad, asuma esas exigencias y entregue una respuesta a la altura de las circunstancias.